"Familia robot - homenaje a Nam June Paik"
por Guido Ignatti
 
     
  Las muchas bicicletas atadas a los postes de luz durante la inauguración en la puerta del Centro Cultural Coreano, que está en Barrio Parque y no en Seúl, son una señal de un juego mimético de culturas superpuestas. Todo se entremezcla afuera y adentro. Parece Corea, y no. Rasgos asiáticos y porteños deambulan perdiéndose en la masa. Y las bicicletas son justamente de los concurrentes argentinos.

El homenaje no es fácil de llevar a cabo; combinar evocación, identidad propia e inteligencia aplicada no es para cualquier artista. Un coctel así de exigente puede dar un exquisito resultado como también uno nefasto, si algo fallara. En esta muestra, la elección de los artistas a cargo del proyecto MunGuau parece atinada. En las obras presentadas, cada quien a su propio modo, cita o interpela a Nam June Paik.

Este genial artista, nacido en el Sur de Corea en 1932 y fallecido en Miami en el 2006, no por nada es llamado el “padre del videoarte”. En los años 60’s fue profeta del cambio que las nuevas tecnologías traerían al arte y la cultura mundial, fue el primer videoartista. En sus obras indagaba sobre el impacto del embate tecnológico en la sociedad. La “belleza” no lo inspiraba tanto como la insolencia de transgredir, con humor y lirismo, nuestra experiencia, comprensión y definición sobre lo que llamamos televisión. Paik integró el movimiento Fluxus, donde compartía preocupaciones de esta índole con George Maciunas, Wolf Vostell, Joseph Beuys, Allan Kaprow, John Cage, Charlotte Moorman y Yoko Ono, entre otros. En los 80’s vislumbró lo que hoy se conoce como Net Art, con todo lo que implica trabajar con materias nuevas y significarlas en la historia viva.

Será por esto que Leopoldo Estol duplicó sistemáticamente una de sus piezas en la entrada de la exhibición, una carcasa de televisión y una vela encendida dentro (Candle TV #1 - 1975). No es que se esperara algo más elaborado, ya que imitar algo tan simple- pero relevante en su momento- se reducía a la misma operación. Leo trabaja de ese modo, no hay que esperar más. Lo cuestionable es aplicar el término homenaje a una copia devaluada, hecha 36 años después y que es aún más povera que la original.

En la misma recepción, está exhibida la obra del único artista coreano de esta selección, Hojun Song. Más científico que artista, él está trabajando en “el arma más poderosa del mundo”- un satélite destinado a enviar mensajes de amor- . Nam June Paik también trabajó con estas importantes herramientas de transmisión de datos. “Los satélites eran usados por los militares, ¡y yo quería usarlos para propósitos pacifistas!”- supo decir una vez-. Es fundamental en el video de Hojun mostrar parte del desarrollo de esa “arma” y anular el audio; así la mitad de la información importante se pierde y vuelve obsoleto el fin de la documentación. Se observa una leyenda al pie “Si te explico, voy a tener que matarte”. El satélite como obra es relevante en si mismo pero la pieza de video, así como se exhibe, pareciera que no. Es el mismo jaque en que, el artista honrado, supo poner al discurso y poderío del lenguaje de video en su propia obra una y otra vez.

La obra de Agustina Mihura es video, y tiene algo de performance. Dos pantallas de video, que son vistas elevadas (donde se puede ver la línea de horizonte), enfrentan las “videomiradas” de dos personas a 10000km de distancia en un momento acordado. Se forman dos postales pseudo turísticas completamente opuestas y complementarias, en video de 5 min de duración cada uno. Estéticamente no trasciende la imagen que muestra, pero quizá en el sentido performático guarda más estrecha relación con la obra del artista seulés, al utilizar la pantalla como medio de conexión poética entre dos personas a la distancia, desplazando el autismo que promueve la famosa caja boba y apelando al diálogo mudo.

Un dúo forjado en imagen, sonido, comunicación y cine: Thank you very much indeed! acentúa la imagen de obsolescencia de los circuitos cerrados de televisión tan vistos desde que la seguridad existe- si es que esta afirmación es posible-. Las cámaras delatoras e inquisidoras trabajan inoperantes, señalan la moldura de una esquina de la casa y la proyectan en pantalla. Algo así como el artilugio que, un espía guionado por Hollywood, podría hacer para no ser visto al ingresar al Centro Cultural Coreano para robar un libro de la biblioteca del primer piso. Hubiera sido más interesante ver pasar a una hormiga por el ángulo del cielorraso y así ver ampliadas sus amenazadoras tenazas.

Hay tanto video que esperábamos el VHS y Nicolás Bacal nos concede el deseo con un cúmulo de ellos amontonados al pie de la escalera. Cientos de cintas aguardan al atrevido que quiera hacerlas rodar, pero no para verlas, solo para escucharlas. En ese caso nada mejor que una de terror, o una porno. Encontramos “Cicciolina e Moana ai mondiali (1990)”. ¡Gol! No me quiero distraer del tema, pero Nicolás me quitó una sonrisa y un chiste acorde. El humor repica como con el cartel de la obra de Hojun y conecta de nuevo con la esencia Paik. La irreverencia ante todo y el dispositivo truncado sosteniendo el discurso.

En la última sala, ligado puramente a su tradición personal, Martín Legón muestra, como es usual en su obra, el momento caduco y fugaz. El final y la muerte. Uno más de los sueños proféticos pero esta vez desde un dispositivo de ocio. Quien observa la obra, presencia la derrota del jugador en cámara lenta. No hay más niveles por delante. Game over. El videojuego como drama existencial de la generación entretenida por Atari, Sega y Nintendo. Sin conocer la obra de Martín es difícil ligar esto, porque aunque sea diferente la estridencia del monitor, es la misma fatalidad de las visiones torturadoras de sus pinturas de paletas ennegrecidas y opacas. La pieza resulta fiel a su propio espíritu derrotista y pesimista. Un toque de negro detrás de la intensidad de la pantalla encendida.

Implacable arremete la obra de Karina Peisajovich, que a pesar de estar construida con dispositivos simples y baratos, trasmite la sofisticación de quien sabe, con poco, hacer mucho; esto la alinea directamente en las filas de Nam June Paik. Flashes intermitentes coloreados en RGB, rayos catódicos disparados, insinúan la proyección de la pantalla de TV descompuesta en los colores primarios luz. Los golpes secos del flash evocan con destellos hipnóticos al psytrance. Pero, a no obnubilarse con los efectos ópticos, porque aunque muchos quieran fotografiar lo infotografiable de esta atractiva escena, en el silencio más absoluto y la concentración máxima se puede respirar en un blanco vaporoso, constituido por la suma del rojo, el verde y el azul. La yuxtaposición de los disparos demuestra un fuera de registro clave, la posición de los nueve flashes destrama la proyección blanca hecha con luz de tres colores y expone ante nosotros los fluidos vitales de la TV.

Hábil como el maestro.












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Hasta el 18 de mayo de 2011 en la Sala de Exhibiciones Temporales del Centro Cultural Coreano: Coronel Díaz 2884 (entre Castex y Av. Del Libertador). Lunes a viernes de 11:00 a 13:00 y de 14:30 a 17:30 hs. sábados, domingos y feriados cerrado.






 

 


 
     
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