Entrevista a Nicanor Aráoz
por Dany Barreto
 
Jimena Salvatierra fotografiando a Nicanor Araoz    
 

La cita fue en la Galería Alberto Sendrós. En medio de la sala, rodeados por las obras. Descalzos porque así lo requiere la propuesta. Nos echamos sobre la alfombra; no cualquier alfombra, sino una mullida y gigante que ocupa todo el espacio, pintada por Nicanor para que sus grandes obras, el público, y ahora nosotros flotemos rumbo a su mundo.



¿Cómo fue el proceso de esta muestra que acabás de inaugurar?

Siempre laburo con tres o más meses de investigación. Junto e incorporo mucha info y después empiezo a procesar todo. Y entre las cosas que aparecieron en ese proceso y pegaron fuerte hay un cuento de Leonora Carrington que se llama “La debutante”. Trata de una niña de alta sociedad a la que la madre le está preparando un festejo especial. La niña va muy seguido al zoológico, a visitar la jaula donde están las hienas, porque se hizo muy amiga de una de ellas. Me gusta mucho cómo dialogan con naturalidad la niña y el animal. Un día le confiesa a la hiena que no quiere estar en esa fiesta que le está preparando su madre. A la hiena, en cambio, le encantaría asistir. La niña le propone que ocupe su lugar, y a la hiena se le ocurre cómo disfrazarse de ella: comiéndose una mucama, pero dejando la cara para usarla como máscara y ponerse un vestido de la niña. Esto ocurre, la hiena se come a la mujer, y cuando llega a los pies dice, “¡Uy! Estoy muy llena, no puedo comerme los pies ahora. ¿Me los guardás?” Esta parte me mata, los mete en una bolsita con bordados y los guarda en un ropero para más tarde. Va a la cena de la manera que planearon. Pero se niega a comer lo que le ofrecen porque nada le interesa, y termina comiéndose la cara que llevaba puesta. Salta sobre la mesa y sale corriendo por la ventana. La madre pregunta quién es esa cosa que se comió su propia cara.
Este cuento me voló la cabeza. Está en un libro de Breton, que es una antología del humor negro. Aparecen Man Ray, Duchamp, Jean Arp, todos los surrealistas. Breton hace una presentación de cada uno y de Leonora dice que es una mujer extraña, que vivía en New York y en las cenas se untaba los pies con miel debajo de la mesa. Como que el surrealismo era una posición, una forma de vida.

¿Qué ingrediente del cuento te gusta o te impresiona más?

Lo de los pies guardados en una linda bolsita bordada para comer más tarde.

A los pies les prestás especial atención. ¿No?

Eso me estoy dando cuenta ahora. Para la invitación de esta muestra use mi pie pintado de azul, e hice otra obra hace unos años que es una foto donde hay petardos entre los dedos de mi pie. Hay otras donde aparecen mis zapatillas y zapatos también. ¡Ah! Y en esta nueva muestra te tenés que descalzar para entrar y verla. El día de la inauguración era increíble la cantidad de zapatos y zapatillas sueltos que había en la galería.

¿Hiciste más fotos como estas de los pies o como la del hombre que está sobre una mesa con pájaros carpinteros?

Para mí la foto es un formato difícil. Cuando decido hacerlas lo que más me interesa es armar el escenario, la escena. En el caso especial del hombre sobre la mesa, por ejemplo, el resultado no me interesó, me parece una imagen publicitaria. Me gustó más el escenario que quedó de eso, fue más interesante el proceso que la foto.

¿Cómo surge la foto de la invitación a la muestra?

Estaba de vacaciones en Amaicha, Tucumán. Hace dos meses, con mi chico Osías (Yanov). Me llevé pinturas para laburar allá, el azul lo estaba usando mucho, es muy Klein.
Atrás de la casa donde estábamos parando pasa un río, donde se me ocurrió sacarme la foto del pie pintado en ese azul. Le pedí a Osías que me saque la foto y así fue.
En estas vacaciones surgió también el titulo de la muestra, "¡Chango!, la cabra me mordió un meñique".

Claro, en el noroeste es muy común el termino "chango".

Sí, allá se usa mucho.
Formalmente tenía muy claro qué iba a pasar en la muestra, estaba casi todo bocetado. Me faltaba cerrar algunos detalles, entre ellos el título. Y esta es una anécdota, entre muchas, que hacen más al método que a la experiencia; hay sueños, cuentos, etc., y como si fuera una esponja, estoy atento a todo.
Estando en Amaicha fuimos a un criadero de cabras, donde había una visita guiada. El guía lo primero que hizo fue hablar y saludar a las cabras. Ya esto era raro, pero más raro y hasta obsceno fue algo que hizo después. Muy divertido, les puso su dedo para que las cabras se lo chupen, creo que era como un saludo eso. Inmediatamente después empezó la guiada como si nada, como robotizado. Fuimos a una jaula de cabras bebés, me acerqué a una y me mordió el dedo, me lastimó y quedé frío. Nosotros veníamos jugando con expresiones de allá y salió "¡Chango!, la cabra me ha mordido un meñique". Esa acción en ese mismo momento me dio el título, como un hecho poético.

La muestra que hiciste el año pasado, "El mocoso insolente", ¿marcó una ruptura en tu producción?

Sí, así fue. Para esa muestra laburé mucho con Claudio Iglesias, fue racionalizar todo y bajar, un poco como una sesión de análisis, escuchar la devolución del otro y darme cuenta de los procesos. "El estadio del espejo", de Lacan, habla de cómo se va formando el cuerpo. Primero uno reconoce un brazo, luego otro y después se va uniendo todo cuando se mira al espejo. Esto me servía para las esculturas que estaba haciendo en ese momento y a la vez era la forma en que estábamos trabajando con Claudio.
A partir de este trabajo de hace un año hay una ruptura, un quiebre, y muestro de ahí en adelante.

¿Esto significa que no mostrás tu producción anterior a hace un año?

No, no me dan ganas de mostrar, ni de restaurar. Hay gente que me dice: "me encantaron esas obras de galletitas. ¿Tenés?" No, no hago más. Es una investigación que ya hice y no quiero volver a esa energía.
Y sí, la muestra en la galería de Daniel Abate de hace un año fue una muestra oscura.

Se veía desde la invitación con esa imagen de la elefanta ahorcada.

Yo estaba muy convencido de que era eso lo que quería mostrar. Cuando apareció esa historia de la elefanta yo estaba en proceso como ahora pasó con la cabra. Me shockeó mucho y se instaló. La historia era siniestra. Ocurrió en 1916 en Tennessee, donde condenaron a una elefanta a ser ahorcada por haber matado al cuidador de un circo. Intentaron colgarla de una grúa y cayó, rompiéndose todos los huesos. En un segundo intento lo lograron, tras horas de una horrible agonía observada por un público multitudinario.

¿Ese estado oscuro y serio se continua en "!Chango!, la cabra me mordió un meñique"?

No, en este nuevo cuerpo de obra volví otra vez a un humor, o a un absurdo, o una extrañeza. No hay dramatismo en estas obras; no se puede definir si hay tristeza o felicidad, no hay estados de ánimos fácilmente reconocibles. Hay una sensación en esta muestra como de amabilidad, no es dura o perversa como algunos trabajos anteriores. Quizás haya algo de ese nivel de humor negro que manejaba con los trabajos de taxidermia. Con otro proceso distinto, pero algo hay.

Hay una síntesis de materiales.

En mis comienzos tenía una economía de recursos básica. Después me puse muy barroco en la producción: mucha galletita, scouting de materiales antiguos, fantasmas, juguetes, animales, comida, demasiados materiales juntos. El año pasado, después de la muestra en la galería de Abate, volví a trabajar con cero, quería recurso mínimo. Yo vivo en la galería Rayo Laser y en el depósito me encontré un cuero de oveja y un pedazo pequeño de goma espuma que eran basura, descarte. Me los llevé al taller y empezaron a pasar cosas. Apareció un dedo con el cuero de oveja y se armó la primera obra de esta última muestra. A la goma espuma le pongo un moño, y esta idea básica de experimentación después se quintuplica en tamaño, el riesgo se va a otro nivel. Es muy simple; son dos elementos, pero en grande. Igual sí, es magnífico que no se note, como humilde. Algo tiene del arte povera, pero no por pobre si no por sintético. Son dos materiales por obra, volví a una economía. Cuando hacía los epígrafes para esta muestra me di cuenta: goma espuma y neón en una, cuero de oveja y yeso en otra, alfombra y pintura...

¿Cómo surgió la alfombra?

Osías estaba laburando con batik en unos bastidores y ahí se me ocurrió que la alfombra podíamos hacerla juntos, con batik. Sabía que necesitaba una plataforma para las tres obras que tenía pensadas. Como que en esa base surgen estos personajes. Bueno, así fue que laburamos la alfombra con Osi.

¿Hicieron más obras juntos?

Sí, en Mendoza, en Costado Galería hace dos años. Estuvo increíble laburar juntos, hicimos una perfo y unas fotos que estaban buenísimas.

¿Tenés cierto fetichismo con las marcas? En tus obras aparecen Nike, Crush, Nesquik, Sonrisas, etc.

Con lo que respecta al calzado, no; uso lo que tengo a mano, me dan lo mismo las marcas, es como mi cotidiano. Pero cuando uso las que tienen que ver con mi niñez , hay una añoranza o remembranza. Hay una ecología y economía de trabajar con productos que tienen que ver con una franja generacional. Son un recuerdo de los 80 míos, cuando era un niño.
En mi primer período de producción investigaba intuitivamente estos objetos, pero de un modo un poco superficial. También intuitivamente llegaba a algo violento, decidir usar la taxidermia era una freakeada. Pero a la vez estaba todo muy almibarado, eso lo hacía soportable, sobre todo trabajando con el imaginario del cómic.
Hoy busco más un estado alterado de conciencia, pensar más dislocado, más irracional. Aunque suene cliché, porque ya muchos artistas buscaron no aprender, no saber pintar, ni dibujar, no pensar, ni racionalizar. Trato de que el primer paso de boceto sea más ilógico, menos controlado.

¿Cómo fueron tus inicios?

Primero hice tres años de psicología. Después entré a Bellas Artes en la Universidad de La Plata. Me aburría mucho, no había sondeo de lo contemporáneo, no existía. Por suerte con mis amigos leíamos, nos informábamos. En un momento me puse a producir mis obras. Y en una clase de escultura en la facultad presenté unas cajas apiladas pegoteadas con cintas, y arriba un conejo embalsamado. Y era cualquiera, eso no se podía hacer en la facultad. Estábamos con Anabella Pappa y el docente nos dijo: "Chicos, todo bien, pero acá no vengan a hacer obra". ¿Qué hago yo acá entonces? Y ahí me dí cuenta que estaba en el lugar equivocado. Justo mis viejos se fueron a vivir a la provincia de Corrientes y me fui con ellos a buscar otros aires. Me encerré en mi cuarto y me puse a hacer taxidermia. Totalmente concentrado en producir. Aislado ahí, armé una carpeta para Curriculum Cero, mal impresa, la mandé el último día. Y entré. Ese año ganó Luciana Lamothe.
Al mismo tiempo Fabio Risso empezó a laburar con Daniela Luna en Appettite y nos presentó, ahí ella me pidió obra para trastienda. Entonces lo conocí a Esteban Álvarez y apliqué para ir a El Basilisco. Entré a la residencia, y me quedé en Buenos Aires. Se dio así, todo junto.

En esos primeros tiempos estabas a full con las olas de galletitas Sonrisas. ¿Como aparecieron en tus obras?

Estaba en El Basilisco preparando mi primer muestra para Appettite. "Cepillarse bien los dientes". Yo sabía que quería un pato que arriba tenía un ratón que tiraba unos misiles y se caía un pote con un vómito verde sobre un conejo. Técnicamente no sabía cómo realizarlo y trabajaba con lo que iba encontrando.
En esta muestra ya desde el titulo había un vínculo con el comer. La alimentación y la sobrealimentación en la niñez. En esta etapa, las necesidades básicas no son suficiente. Y estos temas estaban para esta muestra pero medio que con un ojo abierto y otro cerrado, sabiéndolos pero no claramente.
Fui al supermercado, abrí un paquete de galletitas, me parecieron siniestras y divertidas a la vez. Una sola funciona bien, pero pegás 10 juntas y se arma algo, que te preguntas "eh, ¿que está pasando acá?" Me acuerdo que todo el mundo veía esas obras y decía "qué lindas las galletitas", como que en una primera instancia dan una imagen amable. Pero una vieja las vio y me encantó porque dijo "esto es un asco" como diciendo "qué horrible", y pensé "qué bueno, alguien me entiende".
Aparecieron así, entre esos errores y casualidades.

¿Cuál fue la última obra en la que usaste taxidermia?

Me quedaron unos pájaros carpinteros dando vueltas por el taller y el último lo usé el año pasado, en una obra donde un pedazo de mármol aplasta a uno de estos pájaros carpinteros, fue para la beca.

¿Qué estás haciendo en la beca?

Este viernes tengo clínica en la beca y me dan ganas de presentar una especie de experimento que surgió jugando con Nicolás Sarmiento. Yo le dicto bocetos y él los dibuja. Por ejemplo, le digo: una señora en tetas con un pucho y unas lechugas flotando, con una boquita chiquitita. Nada más. ¡Queda increíble! Voy a presentar estos dibujos. Me gustó mucho este proceso, como sistema de trabajo, y lo quiero implementar en mi obra.

¿Cómo es tu experiencia en la beca Kuitca?

El grupo y trabajar con Guillermo es genial, hay una cantidad de energía increíble. La confianza y apoyo que él instaura son muy importantes para mí.

¿Qué te gusta hacer cuando no trabajás?

Leer. También comprar por comprar libros. Que nunca falten. Ahora estoy leyendo uno que me recomendó Lucrecia Palacios, "Belleza compulsiva" de Hal Foster, es buenísimo. Justo antes leí de Georges Bataille, "Historia del ojo", es un libro que tengo muy presente. Ahora me tienta leer de David Foster Wallace, "Hablemos de langostas", lo ví en una librería y me encantó el nombre.

¿Y cine?

Veo mucho cine. Me estaba acordando de dos escenas de películas que tienen que ver con gente que se está volviendo loca y me gustan mucho. Una es de "Repulsión" de Polanski, cuando Catherine Deneuve está enloqueciendo y empiezan a salir manos de las paredes; y la otra es de "Encuentros cercanos del tercer tipo" de Spielberg, que el padre de familia empieza a modelar puré como si fuera una escultura y el hijo llora en la mesa, como diciendo "papá, no te vuelvas loco". También en “Repulsión” hay una escena de comida, con un conejo pudriéndose, tremenda.

La comida es un ingrediente habitual en tu obra.

Sí, pero de una forma repulsiva, no muy agradable. Como en esos concursos de quién come más panchos, o 300 tortas, cosas así, que de tanta cantidad te dan asco.

¿Lo fantasmal desapareció de tu nueva producción?

Está todavía en mi obra. No iconográficamente, como aparecía antes.
Ahora estuve viendo fotos de muchas sesiones espiritistas de comienzos de 1900. Y algo que me interesa mucho es la inocencia frente a una nueva tecnología. Como las fotos estas de hadas en Inglaterra, que son fotos muy trucadas, atrás están los médium y se nota que es re trucho. Arman unas cosas con algodón que parecen esculturas. Esa inocencia me encanta. Más allá de si existe o no el ectoplasma. Me interesa lo real del tema y también me interesa el truco o la ficción de todo esto.
Hay una foto que es increíble, una mesa de madera, se ven muchas manos y todos mirándose, y lo que uno registra es solo eso, manos y ojos, todo en esa foto se reduce a esas dos cosas. Me shockean esas síntesis.

¿Algo te da miedo?

Muchas cosas. Pero, en este proceso de la última muestra, la ausencia de mi familia fue extrañísima. Para mí la familia es necesaria. Ese vacío se hizo muy palpable. Esa soledad me dio bastante miedo.

¿Y qué fue lo mejor, lo que más disfrutás de esta muestra?

Me encantó que todos mis amigos en la inauguración la pasaron increíble, los veía muy contentos.















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Nicanor Araoz - Buenos Aires, 1981. Vive y trabaja en Buenos Aires.
Cursó la Licenciatura en Artes de la Universidad de La Plata. Participó de la edición 2009 del Programa para artistas de la Universidad Torcuato Di Tella y de la Beca Kuitca 2010/2011.
Expuso individualmente en las galerías Appetite, Sicart (Barcelona), Daniel Abate y Alberto Sendrós.
Fue seleccionado para el premio Petrobras edición 2007, en 2006 hizo una residencia en El Basilísco, participó en la edición 2005 de Cuurículum Cero en la galería Ruth Benzacar. 

http://www.flickr.com/photos/nicanor_araoz/
 

Sin titulo, 2010, mixed media, mesa, colchon, pure de papas, fotocopias, rosa seca. 114



cm x 100 cm x 59 cm
   
 
     
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