Mención Primer Concurso de Textos SAUNA
por Nicolás Chidíchimo
 
     
 

Nacida en Japón a mediados de los años setenta para decorar un monedero, Hello Kitty, la gatita blanca de moño rojo, es hoy una marca global que genera unos 250 millones de euros anuales por la venta de licencias. (1)
Comentaba la diseñadora Yuko Yamaguchi acerca de la característica ausencia de boca en el personaje de su autoría: “Es para que la gente que la mire pueda proyectar sus propios sentimientos en ella, ya que tiene una cara inexpresiva. Kitty parece feliz cuando la gente es feliz. Parece triste cuando ellos están tristes. Por esta razón psicológica nosotros pensamos que ella no debía estar ligada a una emoción y de ahí que no tenga boca”.(2)

Milo Lockett nació en Resistencia, Chaco, en 1967. Inicialmente empresario textil, es hoy un artista plástico autodidacta que -desde 1996- ha participado en exposiciones individuales y colectivas, tanto en el país como en el exterior.(3) Su creciente proyección como artista local lo ha llevado a diseñar la gráfica de los stands en los festejos del Bicentenario, los separadores institucionales de América TV y realizar intervenciones para multinacionales; mientras que su obra trasciende el tradicional espacio de las galerías y llega a exponerse hasta en una tienda de indumentaria en Palermo.
El año 2011 encontraba a Lockett muy presente en el medio televisivo. Su obra era elegida en un episodio de Marchand (Canal á) por una supuesta compradora con determinado presupuesto, que oscilaba entre piezas de $10.000 y otras de u$s16.000. Inclusive, hasta en una de las pausas del programa se nos anunciaba lo que seguía a su término: “Milo: Una serie que despliega el mundo de Milo Lockett, y que permite conocer el día a día de la frenética agenda de un artista en la cresta de la ola.”(4)
Ya en el ciclo dedicado exclusivamente a su persona, el artista centraría su discurso en torno a lo que pone de manifiesto su principal objetivo: acercar el arte a todo tipo de comprador, o, lo que es lo mismo: que cualquiera, que todos puedan comprar su obra. Inmerso en esta intención tan popular, tan generosa, Lockett planteará la posibilidad de que hasta un estudiante universitario inicie una colección de arte adquiriendo alguna de sus obras, y prueba de ello (?) serían las piezas de 50 x 50 cm. que se venden por $3000.
Las referencias a su carrera comercial a través del arte son directas, narrando el origen de su actividad artística actual en la crisis de la previa industrial, llegando por momentos a mencionar algunas de las técnicas con las que trabaja, y nada más.
Cuesta no preguntarse dónde reside la clave de semejante éxito comercial, y si éste éxito es conjugable o no con el mérito artístico.
Como pocos, Lockett admite abiertamente que su carrera como artista fue gestada por él mismo en base a objetivos publicitarios-comerciales, y no desde el ámbito académico u otros circuitos habituales que la sociedad utiliza para legitimar y catapultar trayectorias artísticas de las que luego se deriva la cotización de obras.

Su biografía no despliega la habitual y tácitamente indispensable lista de títulos, concursos y becas ganadas. Pareciera que, prescindiendo de estos requerimientos, Lockett hubiese podido saltear la espera a que el mundo del arte aprobase o no su obra para luego salir a venderla masivamente; y centrado -por el contrario y desde un principio-, su neto interés en el éxito comercial más que en el devenir de un proceso de maduración artística.
Lockett no nos cuenta acerca de si su obra pretende generar o no controversias, de si hay en ella algún mensaje o si éste posee un compromiso político, social; ni si pretende plantear nuevos lenguajes, destrezas, exploraciones de soportes o técnicas, o algo de lo que habitualmente se le exige a una creación y a su hacedor para considerarlos obra de arte y artista respectivamente. Se trata específicamente de que todo lo suyo sea “cada vez más accesible al público”; y para eso, nada mejor que definir una buena estrategia de marketing con mensaje claro: Lockett vende, está en auge, y quiere que todos tengamos una obra suya, porque todos podemos hacerlo. Vende un producto, no una idea; mucho menos un mensaje artístico.
Él está en la cresta de la ola, sus imágenes están de moda y se vuelven cada vez más masivas. El pintor se vuelve exponente del arte nacional no sólo por encarnar una de las facetas de su identidad artística, sino porque principalmente es reconocido por las masas. “Estuve la semana pasada con Movistar y con una automotriz muy importante. Lo último que hice con una marca fue una reunión con Nike que quiere hacer algo para EEUU”, comentó en su última entrevista, tras recibir el premio Nacional de Pintura en la ciudad de Luján.(5) También desde el canal de cable declara su interés por estar siempre vigente, (¿o siempre presente, como las grandes marcas?) exponiendo en alguna galería o espacio de arte.

Casi como un plus, desde la propia página de Lockett se publicita el lado humano de su obra: Para la ejecución se emplea a chicos de la calle, hecho que le imprime un trasfondo de solidaridad a la cuestión. Pero, aun en la misma exaltación de este perfil benefactor del artista, terminaríamos arribando a la triste confirmación de que los indigentes, además de no tener qué comer, tampoco tendrían nada bueno por sentir: Así, en el spot que grabó para la gaseosa más popular y seguramente inspirado por su sensibilidad artística, Milo nos revelaría: “Un mundo sin amor, es como un mundo sin Coca-Cola”.(6)
A estas alturas, no puede dudarse de que la fama de Lockett se sustenta en el haber sabido satisfacer la necesidad de sectores sociales que deseaban adquirir arte o algo que se le pareciera. La relatividad entre estas dos categorizaciones se hace evidente en el motor que impulsa la compra: No se trata ya de adquirir a la obra por la sensibilidad artística que ésta presupone, sino por su alto reconocimiento. Cualquiera que la vea colgada podrá identificarla y vincularla al prestigio social del que goza su autor (que es famoso, por ser el más publicitado) y consecuentemente, otorgar también a su exhibidor cierto prestigio, -ya que tiene status económico para comprarla y tacto cultural para estar a la par de la moda-.
En la cultura urbana actual, donde el mercado logró imponer a sectores sociales en ascenso económico la idea de que sobre los sillones del living deben colgarse obras originales en vez de reproducciones; en la que para hablar de arte basta mencionar algo que suene exóticamente parecido a Kenzo, Miyaki, o Starck; y en la que la rigidez de la decoración minimalista se lleva de maravillas con imágenes simples y descontracturadas, Milo Lockett ha encontrado un lugar y logrado que su obra resulte popularmente reconocible, sea ya por la alta pregnancia de sus imágenes o por la “¿accesibilidad?” de su costo.
Es también probable que entre sus figuras, -que multiplican al borde de la producción serial gráfica rostros inexpresivos, casi siempre sin cejas-; podamos percibir una gran versatilidad, esa misma de la que se valió una gatita japonesa para convertirse en ícono pop.




(1) «10 Questions for Yuko Yamaguchi» (Times, 2008) time.com
(2) Grijalba, Silvia (19 de octubre de 2008). «Hello Kitty conquista el mundo» www.elmundo.es
(3) latinamericanart.com
(4) Programación de Canal á www.canalaonline.com
(5)Milo Lockett recibe el premio nacional de pintura, (14 de octubre de 2011) chacoespectaculos.com.ar
(6) Youtube: Coca Cola - 125 Razones para creer en un mundo mejor - Milo Lockett



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Nicolás Chidíchimo (Mercedes, Bs.As., 1980); estudió arquitectura y carreras de arte en el IUNA; se dedica a la docencia.

 
     
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Pablo Siquier en el C.C.R.
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Nan Goldin en el MAM de Río de Janeiro
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Noche subtropical, noche de terror
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Un café con el Pato Lucas
El Arte como campo de batalla
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