Sobre la ocupación de la Sala Alberdi en el Cultural San Martín
por Daniel Link
 
 





CENTINELA: ¡Qué largas son las noches! ¡Y qué frías! Digo que es endiablada profesión la del soldado: así pasa uno los más bellos años de su vida, y la recompensa con que por fin de sus días le premia la Patria, es muchas veces, un suplicio ignominioso... Si no me engaño, creo que oigo sonar caja... (Fija el oído.) ¡Si será el enemigo! Ayer ha corrido que los nuestros habían sido derrotados: ¡pero se miente tanto! (Pone atención nuevamente.) O será toque de diana: aunque no... No puede ser. Es temprano todavía: se ve a la luz de la luna, en el reloj de la casa capitular, que son las cuatro recién. (Se fija otra vez.) ¡Es toque de alarma! (Se pasea.) ¡Vaya!... ¡Fiesta tenemos! Hoy se revuelve el cotarro: sin la menor duda, los nuestros han sido derrotados. ¡Ya se ve!... Lo raro es que todavía estemos con las costillas sanas; somos cuatro gatos, estamos maniatados, tenemos a la cabeza un héroe de paja, ¿qué extraño sería que nos amarrasen a todos?... Con todo, yo todavía espero que hemos de vencer: ¡son tan locos nuestros enemigos! ¿Acaso necesitan de que nadie los derrote? Ellos no más son los autores de sus disparadas. Puede uno ser un gigante de paja, y con solo estarse quieto, vencerlos a cada instante, como v. g.... (Haciendo una guiñada al gigante, se aproxima a la caja.) Aquí tenemos al tambor de órdenes; él nos dirá lo que hay... (Sale el tambor, atados los pies y la mano izquierda tocando con la derecha, y andando a saltos.) ¿Quién vive?
Juan Bautista Alberdi. El gigante Amapolas.



 

Juan Bautista Alberdi, el autor de las Bases y Puntos de Partida para la Organización Política de la República Argentina y del proyecto de la Constitución de 1853 (muy fuertemente inspirada por la constitución norteamericana) fue además un declarado antirrosista y sufrió las persecuciones de la organización parapolicial La Mazorca creada por Rosas para aniquilar a sus enemigos. El ideario de Alberdi es liberal hasta la médula (entiéndase lo que el liberalismo podía significar en el siglo XIX antes de sacar conclusiones rápidas). En El gigante Amapolas (1842), donde unas flores opiáceas sustituyen a esas otras con espinas, satiriza el militarismo de la tiranía. En la pieza, Alberdi hace colusionar el deseo revolucionario, la exaltación bélica y la ausencia de un marco legal, para demostrar con qué callejones sin salida pueden encontrarse las fuerzas del cambio. La trama sigue el enfrentamiento de dos ejércitos ilusorios que enarbolan máscaras identitarias completamente incomprensibles para el enemigo.
Más de ciento setenta años después, “cuatro gatos locos”, a propósito de una actividad totalmente insignificante cuyo traslado fue resistido por razones de una mezquindad rayana en el delirio, tomaron un espacio que homenajea en su nombre la figura del prohombre de la patria, al margen de todo marco legal y de toda razón ciudadana decidieron ocupar primero la Sala Alberdi, después el centro cultural completo, armarse con bombas molotov (debidamente documentadas por teléfonos celulares que no corresponden a ninguno de los “ejércitos” que se enfrentaban), romper todo lo que se interponía ante su deseo revolucionario y declarar que “el arte ya fue” cuando alguien objetó la destrucción de una obra de Julio Le Parc en la plaza seca del CCGSM.
Más allá de la ignorancia y de la mala fe que puntuó las intervenciones de quienes defendieron y apoyaron la ocupación de un espacio público, indiscutibles, precisamente por su ignorancia y mala fe, el enunciado último me llamo la atención en su anacrónico y bello vanguardismo.
Uno podría argumentar largamente en contra de las vanguardias (estéticas y políticas) pero en este caso ni siquiera es necesario hacerlo. Reconozcámonos vanguardistas (estética y políticamente), abracemos la causa del fuego purificador y reclamemos para nuestros camaradas que vinieron a anunciarnos el día de después de mañana todo el peso de la Ley, para que se note exactamente lo que estaba en juego.
Basta revisar la historia de las vanguardias: si al primer cacareo las instituciones hubieran respondido a los reclamos de los conjurados, no habría habido Salón Alternativo, ni Secesión, ni ruptura con los cánones de la figuración (tanto en las artes plásticas como en las temporales: la literatura, la música), ni revoluciones.
O sea: si en el horizonte último de los cuatro gatos locos está la Revolución en el Arte y en la Vida (y no la aparición en los titulares de los diarios), seamos generosos con ellos y otorguémosles lo que pintaron en las puertas del CCGSM: “Vence o muere”. No somos partidarios de la pena de muerte y tampoco de la Mazorca, de modo que no pediremos el degüello, pero sí nos gustaría, para ellos, que fueron obligados a abandonar la sala (es decir, que perdieron), la cárcel (la deportación, en el caso del chileno). Démosles el estatuto de héroes que ellos se merecen, por habernos abierto los ojos, por habernos revelado que la conquista del Palacio de Invierno estaba en la punta de los dedos de los pies (decía un cartel: “me hambrean y ando en patas y dicen que soy violento...”).
Qué grandeza adquiriría la gesta albertiana (en referencia a la sala, no al prohombre) si los usurpadores fueran presos y/o deportados, se les cobraran todos los destrozos y se los obligara a un trabajo comunitario de por vida para reparar el daño producido durante las semanas en que el CCGSM no pudo funcionar. Quedaría así claro que no se trató de un caprichito de lúmpenes que gustan de tocar canciones de Víctor Heredia en guitarras destartaladas, sino de la combustión del deseo de una generación entera, de un pueblo vibrante, la primera trompeta del ángel que viene a anunciar la redención, el primer paso hacia la disolución del capitalismo mundial y el Estado Universal Homogéneo.
Está muy bien, los aplaudimos, envidiamos su arrojo y agradecemos que nos recuerden las frases que siempre nos hicieron temblar la voz de emoción compartida: “el arte ya fue” (y con él, digámoslo, el espacio público, y también la Humanidad si prefieren, e inclusive la Historia). Quienes quieran llevar hasta sus últimas consecuencias esos discursos que se abren a un mundo nuevo, que vayan presos, como Gramsci, y que desde la cárcel nos instruyan con sus probas iluminaciones.  Ellos ya se habían declarado “presos culturales”, (La Nación: 24.03.2013). No dejemos que su autopercepción se revele incorrecta y que todo termine en una anécdota para contar en las peñas folclóricas.
Llegado el caso, yo seré el primero en firmar solicitadas en favor de las víctimas del Estado, en llevarles cigarrillos al encierro, en prestarme a visitas conyugales y en emprolijarles los bigotitos Termidor (lo digo por el mes revolucionario, no por el vino). Yo haré huelga de hambre, llegado el momento, para que liberen a los tomadores.
Pero es necesario que la sociedad escuche el grito de protesta contra el arte (burgués) y el toque de diana (revolucionario) y para eso, nada mejor que tener a nuestros profetas presos: que se vea bien delineada la perversidad de Macri, la complicidad del aparato jurídico, la aquiescencia de los medios de comunicación, la barbarie de las fuerzas del orden, la futilidad del arte, la insensibilidad de los porteños a las causas más nobles.
No desaprovechemos esta oportunidad única dejando que todo lo sólido se desvanezca en el aire. Que queden sus nombres y sus caras como emblemas de una lucha que no debe detenerse, que debe continuar, en pos de la autogestión (es decir, de la privatización) de lo que es de todos. Me ofrezco a autogestionar la Universidad de Buenos Aires, el Museo de Arte Moderno (¡fuera Laura Buccellatto ya!), la Biblioteca Nacional (¡el libro ya fue!) en nombre de los compañeros presos y víctimas del autoritarismo de Estado, en nombre de los mártires del arte ya sido.
Si no van presos, es que acá todo es en joda, y entonces podemos continuar con nuestros corderos.





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Daniel Link es catedrático y escritor. Dicta cursos de Literatura del Siglo XX en la Universidad de Buenos Aires y dirige la Maestría en Estudios Literarios Latinoamericanos para la  Universidad de Tres de Febrero, donde coordina el Programa de Estudios Latinoamericanos Contemporáneos y Comparados.                                                                    
Ha editado la obra de Rodolfo Walsh (El violento oficio de escribir, Ese hombre y otros papeles personales) y publicado, entre otros, los libros de ensayo La chancha con cadenas, Cómo se lee (traducido al portugués), Clases. Literatura y disidencia, Leyenda. Literatura argentina: cuatro cortes, y Fantasmas. Imaginación y sociedad, las novelas Los años noventa, La ansiedad, Montserrat y La mafia rusa, las recopilaciones poéticas La clausura de febrero y otros poemas malos y Campo intelectual y otros poemas y su Teatro completo.Ha dictado conferencias y cursos de posgrado en las universidades Humboldt (Berlín), NYU (USA), Penn (USA), Princeton (USA), Rosario, Tulane (USA) y UFSC (Brasil), Birkbeck College (Londres).                                                                                 
En 2007 estrenó su primera obra de teatro, El amor en los tiempos del dengue y en 2012 publicó una adaptación para niños de Las mil y una noches. Su obra ha sido parcialmente traducida al portugués, al inglés, al alemán, al italiano.

 
 
     
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Año 3 - Numero 28
Tapa
Editorial + Staff
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Producción fotográfica
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