Introducción a Llyn Foulkes
por Agustina Bullrich
 
Llyn Foulkes en New Museum (2013). Cortesía de New Museum, New York. Foto: Benoit



Pailley
   
 


El New Museum ―museo de arte contemporáneo de Nueva York― presentó su gran retrospectiva del pintor y músico estadounidense Llyn Foulkes, un artista fundamental dentro de su generación y sin embargo poco reconocido. Contemporáneo de Ed Ruscha, John Baldessari y Robert Irwin, Foulkes se ha destacado por sus creaciones personales y su impronta humorística y visceral. A los 78 años, con su primera exhibición en un museo de Nueva York, una exitosa presentación en Documenta 13, y un documental sobre su obra que acaba de estrenarse y anda dando vueltas por la BBC, Foulkes, el secreto mejor guardado del arte contemporáneo estadounidense, comienza finalmente a ser reconocido.

Llyn Foulkes no es políticamente correcto. Hasta podría escribir el libro “Instrucciones para no convertirse en un artista famoso”. Algunas de esas instrucciones incluirían: no hacer relaciones públicas, hablar mal de los coleccionistas y de otros artistas y expandir la propia obra hacia nuevos territorios cada vez que el público pide más de lo mismo. La obra de Foulkes tampoco es políticamente correcta: una de sus series más conocidas incluye cuadros en donde vemos al propio artista disparando contra el ratón Mickey o a un Superman patético y abatido preguntándose “En qué fallé?”. Podría decirse de Foulkes que es un iconoclasta, un gruñón, un pesimista. Pero eso solo es una forma de ver lo que también puede leerse como honestidad sin cálculos, fragilidad encantadora y humor exquisito. 
Cuando llegué a la recepción del Bowery Hotel preguntando por él, me dijeron que Foulkes estaba en la sala de atrás. Atravesé el hall de entrada y unos escalones más arriba llegué al jardín de invierno. Ahí estaba   ―como recién salido de un cuadro de Hopper, ¿o estaba yo entrando en cuadro?―sentado cerca del ventanal. Solo, fumando.

”Todos necesitamos alguien que crea en nosotros”

la retrospectiva de Foulkes que inaugura en noviembre en el museo Kurhaus Kleve de Alemania, cuenta con aproximadamente 140 obras del artista que recorren más de cinco décadas de carrera: desde sus tempranas caricaturas y dibujos, sus composiciones más abstractas de los años sesenta, los paisajes rocosos de la Costa Oeste y la serie de pinturas-postales, hasta sus “Bloody Heads” de finales de los setenta ―perturbadora serie de cabezas mutiladas y sangrientas que hacen pensar en Francis Bacon, pero con un sentido del humor que es marca Foulkes ― y sus “cuadros narrativos” del último tiempo. La muestra, que se inauguró primero en el Hammer Museum de Los Angeles –ciudad en la que Foulkes vive y trabaja desde fines de los cincuenta– está curada por Ali Subotnick, curadora del Hammer. Subotnick es una figura clave en el redescubrimiento de la obra de Foulkes. Después de todo, uno se pregunta: ¿por qué ahora? Foulkes explica: “Ya me habían reconocido antes. En los sesenta yo aparecía en las revistas de arte, por todas partes. Gané la Bienal de Paris en el ‘67, estuve en la Muestra Anual de pintura Estadounidense del Museo Whitney y en la Novena Bienal de San Pablo también en el ’67. Y después el arte cambió, no había humanismo en el arte de los setenta. Se empezó a prestar atención a mi obra de nuevo a principios de los ochenta, es como si cada diez años redescubrieran mi obra, pero esta vez fue mucho más grande, porque Ali Subotnick vino desde Nueva York hasta Los Angeles a visitar mi estudio, no tenía mucha idea sobre mi obra, apenas había escuchado mi nombre. Cuando vino a mi estudio y vio mi trabajo quedó totalmente impactada. Todo fue gracias a ella. Ella fue la que realmente me empujó. Todos necesitamos alguien que crea en nosotros.” La retrospectiva también incluye un video donde se puede ver, y escuchar, al Foulkes músico. Foulkes tiene una frase que le encanta repetir. Dice algo así como: “Painting is my torment, music is my joy” (La pintura es mi tormento, la música mi alegría). Foulkes comenzó su carrera como músico de preadolescente. En los sesenta se convirtió en el baterista de “City Lights”, una banda que lideraba su amigo el poeta Rick Smith y que se presentaba en el mítico Whiskey a Go Go, donde tocaban bandas como The Doors y The Byrds. Hacia fines de los setenta comenzó a construir su one-man band “The Machine”: un ensamblaje de instrumentos encontrados e inventados que incluye un bajo, un xilofón, cencerros, percusión y un puñado de viejas bocinas de auto y bicicleta.  “La máquina” sigue en movimiento, y quienes asistieron en los últimos tiempos a algunas de las exposiciones de Foulkes, tuvieron oportunidad de ver al Hombre Orquesta en acción.

Cuando se te pregunta por tus influencias solés hablar de Dalí y de cómo ese primer acercamiento a su obra te llevó a ser pintor. Además de Dalí, ¿qué otros artistas influenciaron mucho tu obra?

-Dalí fue mi primera influencia pero también los otros surrealistas, como Max Ernst…pero la razón por la que me interesé en Dalí fue el tema de los sueños, me llevó a leer libros sobre el tema, como la Interpretación de los Sueños de Freud. Y después, cuando fui reclutado por el Ejército para ir a Alemania en el ‘54, allá vi la pintura flamenca, que me influenció muchísimo, Rembrandt, Vermeer, toda esta gente. Después fui a la Escuela de Arte y me enganché con el expresionismo abstracto. Particularmente De Kooning, porque nunca me sentí influenciado por la pura abstracción, y cuando De Kooning la hacía no era pura abstracción. Yo antropomorfizaba todo, todo lo que veía, así que por eso es que eventualmente mi pintura se convirtió en figurativa, o como sea que se la llame.  
        
Disparen sobre el ratón

Hacia fines de los setenta comenzó a deambular por los cuadros de Foulkes uno de los íconos más populares de la cultura de masas: el ratón Mickey. Solo que este ratón no parece el mismo que sonríe desde las serigrafías de Andy Warhol. El Mickey de Foulkes se asoma por el agujero de una bandera estadounidense, se incrusta como un proyectil en el ojo de su papá Walt, o camina por paisajes post-apocalípticos. La primera vez que aparece Mickey en la obra de Foulkes es en “Queen of Hearts”: una cruz de madera pintada de verde. En el medio de la cruz, una imagen de una pionera del Oeste con la cabeza del ratón Mickey. Este Mickey travestido es un leit-motif en la obra del artista. Mickey drag queen: Mickey de día, pionera de noche. O al revés.  
- Tu crítica a la sociedad de consumo estadounidense tiene al ratón Mickey como uno de sus blancos centrales, ¿por qué es esto?
-Porque ahí empieza todo. El padre de mi primera mujer, que trabajaba en Disney, un día me mostró un folleto interno de la compañía de 1934 que describía cómo el Club del Ratón Mickey trataba a sus miembros. Vimos cómo implantaban cosas en los cerebros de los niños para que las absorbieran casi inconscientemente, fue el verdadero comienzo del marketing para niños, y si te fijaste, el marketing llega hasta los bebés; con los pañales con la imagen de Mickey lo que quieren asegurarse es que esos bebés vean la imagen del ratón, y así, eventualmente, cuando crecen, se transforman en productos de Disney. La gente se transforma en productos de Disney, eso es lo que está pasando en el marketing. Si miraras el folleto del Club de Mickey de 1934 y lo reemplazaras por el libro rojo de Mao, tendría mucho sentido. Lo mirarías y dirías ‘sí, sí’. Los estadounidenses no piensan en eso, pero si lo hicieran se darían cuenta de que lo que hacía Disney era lo mismo que Mao estaba haciendo en China.     
Cuando yo tenía 5 o 6 años miraba las historietas de Disney, miraba las tiras de Disney que salían en el diario; todo decía “Hecho por Walt Disney” y yo creía que él dibujaba todo. ¡Él no dibujaba nada de eso! ¡Era un hombre de negocios! No dibujaba nada de todo eso y tampoco le daba crédito a la gente que lo hacía. No lo supe hasta mucho después.

-Eso es algo que te molesta mucho ¿no? El otro día en la charla que diste en el New Museum hablabas justamente de los artistas de ahora que…(antes de terminar la frase me doy cuenta de que encendí la mecha- Foulkes).

- ¡Ah sí, me molesta enormemente! Como estos Jeff Koons, Damien Hirst, toda esta gente construye fábricas. Solo importa la plata, y la gente está tan interesada en la plata. Siempre fue así en los Estados Unidos, pero ahora pasa en todas partes. La plata parece ser lo más importante. Si este arte vale millones de dólares entonces el artista debe ser importante, debe ser bueno. Por eso digo que Van Gogh se hubiera matado mucho antes si hubiera vivido en esta época.
-  ¿Cómo definirías el estado actual del mundo del arte?
- Hay tanto arte ahora, y todo es tan accesible... El problema es que ahora todos piensan que son artistas, nunca nadie había pensado eso antes, pero ahora todos piensan que solo tienen que comprarse un i-phone y sacar una foto: “soy artista!” (dice en tono agudo)
- ¿Y por qué eso es malo? ¿No implicaría una visión elitista del arte: solo alguna gente puede ser artista?
- Bueno supongo que no es malo. Solo que te hace sentir como que no sos tan importante. Me acuerdo que cuando era chico a las únicas personas a las que se llamaba artistas era a los pintores y a los escultores. Los músicos eran músicos, y los actores eran actores. Ahora todos son artistas. Yo crecí pensando que un artista era alguien especial. Tan simple como eso.
Artista era un pintor, un escultor, un artesano. Alguien que trabajaba con sus manos. De ahí viene la palabra “arte”. La otra definición era: alguien que hace algo excepcionalmente bien. Entonces por ejemplo decías “este violinista es realmente un gran artista”. Ahora veo a un cantante mediocre sentado en un talk-show que dice “soy artista y Dios me dio mi talento”
- En unas semanas se estrena el documental “Llyn Foulkes: One Man Band” de Tamar Halpern y Christopher Quilty. Para crear este film, los directores te siguieron, en una serie de entrevistas y encuentros en tu estudio, durante más de 7 años. ¿Cómo fue esta experiencia?
-Este documental se empezó a hacer antes de que comenzara todo este reconocimiento. En un momento Tamar se tuvo que ir a NY a hacer otro film y en esos tres años todo empezó a suceder. Así que en cierta forma se perdió bastante. Por ejemplo, Tamar no fue a Documenta 13. El film termina antes de eso. Muestra mis luchas antes de eso, y mi necesidad de ser reconocido. 
-¿Viste el film terminado? ¿Qué te pareció?
-Sí, vi el documental terminado… No me gusta cómo era yo era en ese momento, creo que estaba más enojado en esa época. Es difícil, todo esto de la retrospectiva también ha sido muy difícil para mí, porque es como indagar en tu pasado hasta el fondo, es como hacer un intensivo de terapia sin un analista al lado, entonces vas hacia atrás y ya no tengo más una esposa al lado, estoy solo. Empezás a pensar en cómo eras antes, en esa época, cuán alienado estabas porque estabas tan atrapado en ser vos mismo, te preocupabas por vos más que por cualquier otra persona, te importaba tu arte más que el de cualquier otro. Nunca me gustó demasiado el arte de mis contemporáneos, casi no iba a las inauguraciones. Yo hablaba mal del arte que no me parecía bueno, mientras que otros artistas, los directores por ejemplo, nunca hablan mal de otros directores. Bueno, curiosamente sí escuché a un director hablando mal de otro director y me sorprendió, era Quentin Tarantino. Escuché una entrevista en la radio en la que hablaba mal de otro director y pensé: “Dios mío, hay alguien que hace eso”. Porque no llegás muy lejos si hablás mal de otros artistas. Y eso fue una parte importante de que en ese momento no llegara a donde debería haber llegado.
-Decías lo que pensabas…
-Bueno, sí, si no me gustaba algo lo decía. Supongo que estaba siendo bastante ingenuo, pero así es como era en ese entonces. Simplemente iba a mi estudio y trabajaba solo.

La frontera perdida: ven y mátame

En el catálogo que acompaña la muestra, un ensayo de Jim Lewis define a Foulkes como artista eminentemente estadounidense. Una afirmación que podría sonar un poco rara si pensamos en el modo en que su obra trata a todo lo que para la sociedad estadounidense (y otras) es sagrado: la bandera, las grandes corporaciones, los íconos pop, la religión, la pulsión de guerra –fuera de casa-- y temas hiper polémicos como la portación de armas y el aborto (en “Double Trouble” un hombre con camisa blanca extiende un brazo por fuera de la superficie del cuadro y está listo para disparar: lleva un arma en la mano y un feto en la boca). El argumento de Lewis, sin embargo, convence. Y es que más allá de sus críticas a la sociedad estadounidense, el arte de Foulkes, su modo de encarar la práctica y la posición retórica que él asume ante su obra y el proceso creativo, es netamente estadounidense: todo tiene que ser hecho desde cero. El esfuerzo, la voluntad, la lucha, son parte esencial del trabajo y no solo estadios previos que llevan a una obra final. La lucha es la obra final. Esto puede decirse sobre todo de sus últimos cuadros narrativos, donde vemos capas y capas de trabajo. Lewis compara el “caso Foulkes” con Moby-Dick, ese relato épico que funda la literatura estadounidense moderna y narra la obsesión del capitán Ahab por capturar a la ballena blanca. En su serie de pinturas narrativas, serie iniciada a principios de los ochenta donde aparecen cada vez más los autorretratos y las referencias a la vida personal, Foulkes experimenta con la dimensionalidad del cuadro: este es un interés que aparece temprano en su carrera, pero en esta serie será llevado al extremo. Primero se trata de crear escenarios o escenas como esculturas que salen de la pared. Luego, la intención ya no parece ser que el cuadro salga, sino que el espectador entre en él. Estos cuadros combinan pintura, madera, plastilina, materiales y objetos personales y encontrados, para crear profundidad. 

 

-Para algunos de tus cuadros narrativos trabajaste más de una década. Después de tantos años en un mismo cuadro, ¿cómo decidís que está terminado? O, podrías decir que nunca está terminado pero ¿cómo decidís que es hora de dejar de trabajar en él? -Está terminado cuando se lo llevan (se ríe). De otra forma, si el cuadro siguiera en mi estudio yo lo cambiaría de nuevo una y otra vez. Con “The Lost Frontier” por ejemplo, mi idea era lograr el espacio más profundo que fuera capaz de crear. Ese cuadro cambió tanto, cada roca en ese cuadro cambió, todo en ese cuadro cambió. Y la razón por la cual cambió es porque estaba tratando de empujar la pintura hacia atrás lo más que se pudiera. Fue una lucha, una obsesión. Era algo que tenía que hacer porque no iba a estar tranquilo hasta que estuviera bien, ¿pero iba a estar bien alguna vez? Bueno finalmente tuve que rendirme. Me acuerdo también del cuadro POP, la noche justo antes de la inauguración en la galería [Kent Fine Art], yo estaba en Nueva York, y me acuerdo de que casi hago que le dé un paro cardíaco a mi galerista, porque lo llamé y le dije “necesito otra semana, hay algo que debo hacer” (Foulkes me cuenta entusiasmado, con todo tipo de detalles, cuáles eran los cambios que quería hacer en el cuadro) y entonces Irving Petlin, otro artista de la galería, finalmente me dijo: tenés que rendirte.

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El ensayo de Lewis habla de Melville. Yo prefiero pensar en Hemingway y en esa maravillosa reescritura de Moby- Dick que es El Viejo y el Mar. En la travesía de Foulkes hay obsesión y terquedad, necesidad de probar algo, de probarse, pero hay también ese infinito amor que siente el viejo Santiago hacia el pez que quiere atrapar. Amor hacia el oponente. Se lucha contra y con lo que se ama. Hemingway escribe: “Me estás matando, pez, pensó el viejo. Pero tienes derecho a ello. Hermano, jamás he visto cosa más grande, ni más hermosa, ni más tranquila ni más noble que tú. Ven y mátame. No me importa quién mate a quién.” Casi parece algo que podría decirle Foulkes a uno de sus cuadros.

 




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Agustina Bullrich es Licenciada en Ciencias de la Comunicación (UBA). Desde 2009 vive en Nueva York donde hace un doctorado en literatura y arte latinoamericanos (SUNY). Actualmente trabaja en la organización cultural Franklin Furnace, coordinando el armado de una exposición de arte público que tendrá lugar en diferentes barrios de Queens, Brooklyn y el Bronx, a lo largo de 2014. Escribe sobre arte y cultura contemporáneos para diversos medios de Buenos Aires y NY.

 

Llyn Foulkes en New Museum (2013). Cortesía de New Museum, New York.


Foto: Benoit Pailley

   
 
     
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