Imágenes y sonido en Drinking Song, por Donna Conlon y Jonathan Harker
por Carmen Ferreyra
 
1 - Imagen estática de Driking Song, 2011 Donna Conlon y Jonathan Harker    
 



Hoy en día, si existe una cultura dominante, es la cultura de la frontera. Y los que todavía no hayan cruzado una frontera lo harán muy pronto. Todos los americanos (del vasto continente de América) cruzaron, cruzan o cruzarán fronteras. Al leer este texto, usted mismo está cruzando una frontera.

Drinking Song comienza con un fondo negro silencioso, sobre el que un par de manos anónimas (las de Harker) se extienden con una botella verde de cerveza de marca “Panamá”, abriéndola con un destapador. Otro par de manos anónimas aparece (las de Conlon), ofreciendo un vaso en el que se sirve la cerveza; el vaso tiene el logo de otra marca de cerveza, “Balboa” (figura 1). Luego de que se llena el vaso hasta la mitad, la artista toca el vaso con un destapador y escuchamos la "nota de afinación" de la pieza que sigue a continuación. Una vez que la artista logra la nota correcta, se coloca el vaso al final de una fila de coloridas botellas de cerveza, y los dos artistassin rostro, vestidos de un negro anónimotoman sus lugares (figura 2). Hay un momento de pausa, y luego comienzan: la fila de botellas se convierte en un xilofón, y la melodía que tocan, golpeando las botellas con destapadores, no es otra que el Himno Nacional de Estados Unidos, The Star-Spangled Banner.
A medida que el video continúa, la orquesta casera crece. La cámara se retira del xilofón de botellas de cerveza para mostrar los ingeniosos instrumentos que ofrecen el acompañamiento: una jarra de chapitas de botella tintinea como una pandereta, y el sonido de las latas de cerveza que se aplastan acentúa la canción como tambores o platillos. Para la segunda estrofa de la pieza (“And the rockets’ red glare…”) las botellas se transforman de xilofón a flautas, y los labios de los artistas se tornan visibles mientras soplan las aberturas de las botellas (figura 3). Cuando el xilofón vuelve a aparecer y la canción va llegando a su clímax, el acompañamiento se vuelve más dramático y más, bueno, efervescente: latas de cerveza aplastadas (figura 4), chapitas que vuelan de las botellas de cerveza, y espuma que rocía el aire como fuegos artificiales el 4 de julio (figura 5). Cajas de desbordantes botellas se lanzan sobre una mesa, que suenan como cañones, y cuando la orquesta completa explota con la última nota, una pirámide de latas de cerveza se cae en una convulsión orgásmica de sonido (figura 6). Mientras la imagen se funde a negro, el video concluye con un sorprendente sonido final: un satisfecho eructo total a boca abiertaun astuto cierre para una obra de arte que juega con muchas ironías al mismo tiempo.
Bajo el tema de “geopoética" de la Bienal, los artistas Conlon y Harker crearon un video que juega con la ironía de las identidades y las fronteras nacionales. Examinan de qué manera se construye la nacionalidad incluso cuando los límites políticos no se corresponden con los límites culturales, un fenómeno evidente en especial en Panamá, en donde la identidad cultural ha crecido durante mucho tiempo a la sombra de sucesivos colonizadores. Podemos ver en Drinking Song que mientras las botellas de cerveza panameña son las protagonistas visuales, se ven dominadas por la verdadera estrella de la pieza: el himno del dominador colonial más reciente de Panamá, Estados Unidos. Mientras que la imagen muestra “Panamá”, el sonido no lo hace. La fuerza temática del video proviene de la yuxtaposición irónica del sonido y la imagen, y formula una pregunta que los panameños se han planteado durante más de un siglo: “¿Dónde termina Estados Unidos y comienza Panamá?”
Hoy en día Panamá tiene el segundo PBI por habitante más alto de cualquier país de Centroamérica y la prosperidad que disfruta es resultado directo de su canal. El canal es la puerta entre oriente y occidente, por el que pasan decenas de millones de bienes por añoy decenas de miles de millones de dólares. Pero el canal no fue creado por los panameños, ni tampoco el país, en cierto sentido. Panamá fue una colonia española desde el siglo XVI hasta 1821, cuando el libertador Simón Bolívar lo incorporó a la federación de la Gran Colombia (que también incluía Ecuador, Venezuela, Nueva Granada, y partes de Perú y Brasil). Al disolverse esta federación diez años más tarde, Panamá se unió a Nueva Granada como departamento de la República de Colombia. El pueblo de Panamá realizó varios intentos por separarse de Colombia, pero fracasó en cada oportunidad, hasta que en 1903 Estados Unidos, ansioso por acelerar el acuerdo para un posible canal, le brindó el apoyo que necesitaba. Con Estados Unidos de respaldo, Panamá se separó y fue por fin su propia nación. ¿Pero esto significó realmente libertad para el pueblo panameño, o simplemente estaban cambiando un dominador por otro? El intento por responder a esta pregunta generó un turbulento siglo XX en Panamá, y continúa formando su identidad en el XXI.
Una vez construido, el canal encauzó hacia Panamá el tipo de riqueza que sus líderes sólo habían soñado. Para el panameño promedio, sin embargo, la situación era bastante diferente: veían cómo los trabajos mejor pagos en la Zona del Canal iban a los estadounidenses, y cómo el comercio panameño se encontraba cada vez más bajo el control de intereses extranjeros de Europa y Norte América. La nueva búsqueda de identidad panameña comenzó con el rechazo a estas formas extranjeras.
Además de europeos y estadounidenses, otros grupos fueron identificados como invasivos y no-panameñoscomo “Otro”y por ende rechazados. En particular, resultó útil a los panameños culpar a los inmigrantes chinos y antillanos por sus problemas económicos y políticos. Mientras que los chinos fueron finalmente asimilados debido a su riqueza, los antillanos continúan siendo al día de hoy rechazados; los panameños los asocian con la delincuencia, con la amenaza racial y cultural, y vinculan negativamente su idioma con la presencia estadounidense. Una y otra vez, los panameños forjan un sentido de sí mismos identificando y rechazando otros grupos, estableciendo una frontera entre ellos y el Otro. Se encontraron presionados por todas partes por lo que no son.
Podemos ver una manifestación particular de la lucha de Panamá con el Otro al analizar las etiquetas de las botellas de cerveza en este video. Se presentan cuatro marcasPanamá, Soberana, Balboa, y Atlas. Aunque fueron fundadas originalmente por panameños, y cada nombre se encuentra fuertemente relacionado con la historia de Panamá, hoy en día son propiedad de corporaciones internacionales como Heineken N.V., Florida Ice & Farm Co., Grupo Bavaria (Colombia), o SABMiller. La primera marca, Cerveza Panamá, fue fundada en 1909, tan sólo seis años luego de que el país lograra su independencia de Colombia. Como se mencionó anteriormente, esta independencia únicamente llegó con el apoyo de Estados Unidos, feliz de ayudar mientras lograra el derecho exclusivo de construir, operar y defender el canal. Soberana es la segunda marca presentada en el video. Soberana ingresó al mercado en 1964, cuando muchos panameños intensificaron su presión sobre el gobierno para renegociar el tratado del canal con Estados Unidos. Fueron momentos de gran agitación para Panamá: antes del final de la década, el gobierno sería derrocado, se establecería una dictadura militar en su lugar, y una nueva idea de soberanía comenzaría a formarse en la conciencia nacional. La nación parecía arremeter con furia contra la presión de la influencia estadounidense. De manera significativa, en la mitad de Drinking Song, mientras se escucha el himno estadounidense, vemos dos latas de cerveza que se aplastan violentamente: una dice “Panamá,” la otra, “Soberana” (figura 7).
La cerveza Balboa recibió ese nombre en honor a Vasco Núñez de Balboa, el conquistador español del siglo XVI conocido por liderar la primera expedición europea al Océano Pacífico. Según Harker, para quien el nombre sólo rememora asesinatos y genocidio, “ponerle el nombre Balboa a una cerveza panameña es más o menos el equivalente a ponerle Goebbels a una cerveza alemana o Kipling a una india”. Más allá de la controversia, este nombre lo comparte también la moneda oficial de Panamá, y a Balboa se lo homenajea como el fundador del país: escuelas, plazas, avenidas y barrios enteros también llevan su nombre. Como podemos observar, Panamá se encuentra en el mismo dilema que muchos otros países hispanos: conquistados por genocidas españoles, pero debido a tradiciones culturales históricas, continúan venerando a los monstruos que los perpetraron. (Sólo a principios de este siglo, cuando se conmemoró el 500mo aniversario, se revisó la situación; en respuesta, muchos países cambiaron sus celebraciones del “Descubrimiento de América” a conmemoraciones de un importante evento que trajo aparejado el surgimiento de muchas razas nuevas, llamándolo “Día de la Raza,” Día de la Hispanidad” o “Día de la Resistencia Indígena”). Por último, la marca de cerveza Atlas también hace referencia al territorio, su nombre es una alusión explícita a la cartografía. Según Jonathan Harker, el logo de Atlas, con su imagen del globo con un águila que lo sobrevuela, describe la estratégica posición geográfica de Panamá. Agregaría que el águila, al ser el ave nacional de Estados Unidos y que aparece en el escudo estadounidense, también habla de la supremacía de Estados Unidos sobre Panamá.
Dicha supremacía ha generado sentimientos entre los panameños que se diferencian de los sentimientos hacia otros grupos, ya que admiran y rechazan el americanismo. Alan McPherson explica esta ambivalencia panameña, el tira y afloje de admiración y rechazo, a través de la mirada de género. Mientras que Panamá admira a Estados Unidos por sus cualidades “masculinas”, su agresividad y dominación, los panameños se sienten agraviados por haber tenido que desempeñar el sumiso papel femenino; sienten que han sido despojados de su virilidad. Recién en la década de 1960, luego del proliferación de las guerrillas castristas por América Latina, luego del llamado de Frantz Fanon a rebelarse violentamente contra el colonizador, y luego de que los egipcios retomaran el Canal de Suez de los británicos, los panameños se sintieron lo suficientemente confiados como para afirmar su propia masculinidad. Como señala McPherson, no resulta sorprendente que las negociaciones en 1977 para recuperar el canal fueran lideradas por el “macho más célebre en la historia de Panamá: el presidente Omar Torrijos.”
El canal se encuentra hoy finalmente en manos de los panameños y su prosperidad ha comenzado a distribuirse de manera más amplia. No obstante, Panamá todavía debe aceptar su historia, y esa historia es de perpetua dominación, resentimiento, y ambivalencia, como nos recuerdan Conlon y Harker en Drinking Song. Las latas aplastadas de cerveza Panamá y la pirámide que se derrumba al final indican que la identidad nacional de Panamá todavía se encuentra en terreno débil, que puede fácilmente venirse abajo, que puede fácilmente aplastarse. Se trata de una nación improvisada construida mediante productos, y tan vacía como una vieja lata de cerveza.
Los productos deben venderse, y la publicidad es la herramienta utilizada para este propósito. Al presentar su obra de manera lúdica y colorida, y mediante el uso de productos comerciales con un “jingle” musical reconocible para entretener a los espectadores, los artistas han creado una pieza que refleja los avisos publicitarios televisivos clásicos, y que por tanto explora el parentesco entre patriotismo y marketing. Conlon y Harker presentan a la nación de Panamá como un producto con su propio logo, comercializado a su pueblo con un jingle reconocido a nivel mundial.
Ese jingle, y en particular su sorprendente origen, es la razón por la que Conlon y Harker titularon su obra Drinking Song (Canción para beber). La melodía que conocemos como “The Star-Spangled Banner” se escuchó por primera vez en el siglo XVIII en los pubs londinenses, con una letra diferente por supuesto, y bajo el título “The Anacreontic Song” (La canción anacreóntica). Mientras que esta historia podría tentarnos a pensar en alborotados deleites londinenses y largas noches de borrachera, Lonn Taylor explica que las ocasiones en donde se cantaba eran de hecho “llevadas a cabo bajo la estricta influencia de propiedad y decoro”. Sin embargo, de una u otra manera, la canción estaba relacionada con la experiencia de beber y comer. No fue hasta 1931 que se lo denominó oficialmente el Himno Nacional de Estados Unidos. En su obra, a pesar de que la canción puede parecer una celebración, Harker y Conlon presentan su pasado informal para generar un efecto irónico. Las imágenes de cerveza refuerzan este efecto, como lo hace el título mismo de la pieza, Drinking Song. Conlon y Harker recuerdan al espectador la historia de la canción, que socava el decoro que normalmente se asociaría a un himno nacional.
Como en publicidad, la melodía no es periférica a las imágenes, sino que es la columna vertebral de la obra, “que encadena las imágenes a través del sonido”. La música, como un producto, “moldea a un consumidor fascinado por su identificación con otros, por la imagen de éxito y felicidad”. Esta pieza es un análisis de cómo la cultura estadounidense ha sido mercantilizada y comercializada a los latinoamericanos a través de su expansión de intereses en el área. Al mismo tiempo, critica la hipocresía de la Doctrina Monroe y la Política del Buen Vecino de Franklin Roosevelt, que en la superficie tenían por objeto proteger a las naciones de América, pero en la práctica se tornaron “un disfraz del astuto y confabulador lobo del norte”. De la misma forma en que los países de América Latina celebraron inocentemente la llegada de la Doctrina Monroe, la canción estadounidense se vende al espectador, que se aleja del video repitiendo la melodía en su cabeza.
Ya sea que el espectador conozca o no la letra, la melodía es reconocida de inmediato. El tema ya ha sido escuchada en programas de televisión, películas y muchas otras representaciones de la cultura estadounidense diseminadas a través del imperio mundial de Hollywood. Independientemente del conocimiento de la letra, el poder de la melodía como discurso que conlleva información étnica llega a todo espectador. El tema The Star-Spangled Banner tiene la “habilidad de establecer y guiar ideas geográficas y sociales” a cualquiera que vea este video. El himno es un portador de ideología y conductor de imágenes asociadas, como la bandera. Tiene un poder sinestésico, por el que la etnicidad estadounidense no se ve solamente representada sino corporizada.
Drinking Song yuxtapone imágenes de Panamá con la cultura sonora imperante de Estados Unidos. La imposición de cultura refleja los eventos del derrocamiento de Noriega. En diciembre de 1989, el presidente George H.W. Bush ordenó una acción militar para remover del poder al dictador Manuel Noriega. Mientras las tropas estadounidenses inundaban la ciudad de Panamá, Noriega se refugió en la misión del Vaticano, pero se vio rápidamente rodeado. El ejército norteamericano lanzó un golpe maestro de guerra psicológica: sabiendo cuánto detestaba Noriega el rock ‘n’ roll, el ejército hizo sonar la música día y noche en su santuario: canciones a todo volumen y agresivas, con títulos como “Nowehere to run” (Sin salida) de Martha and the Vandelas, y “Feel a Whole Lot Better When You’re Gone” (Me sentiré mucho mejor cuando te hayas ido) de Tom Petty. Noriega percibió esta música sólo como ruido, y se vio rodeado por destrucción, desorden, contaminación y blasfemia estadounidense. Diez días después de este ensordecedor ataque, Noriega finalmente se rindió.
Las canciones representaban la furia masculina de Norte América. De la misma manera en que los soldados hoy en día hacen escuchar metal y rap para torturar a prisioneros, el ataque sonoro a Noriega fue una lucha de masculinidad, en la que los estadounidenses le ganaron, una vez más, a una feminizada Panamá. El rock ‘n’ roll triunfó en “liquidar el evento real,” convirtiendo la realidad de una Panamá desgarrada por la guerra en ficción, y a Noriega mismo en un simple personaje de esa ficción. De la misma manera en que la música en vivo fuera utilizada para ocultar los sonidos de los proyectores cinematográficos, la música del asedio estadounidense ocultó los sonidos auténticos de Panamá.
Cuando Noriega se rindió, no sólo estaba asistiendo a su propio ritual de muerte escuchando música estadounidense, sino que también exacerbaba la feminización del hombre panameño. El panameño feminizado se convirtió en consumidor de cultura estadounidense expresado mediante la música mercantilizada. El mensaje enviado a Noriega no se encontraba sólo en las letras sino también en esta música mercantilizada, que representaba el agresivo mercado (masculino) estadounidense. En este colapso de géneros y productos, surgió una nueva relación del signo en venta, en donde los panameños y los estadounidenses se unieron en el dinero.
Este “ataque sonoro” representa un nuevo avance en la relación entre tecnología y guerra. Friedrich Kittler señala cómo frecuentemente, la tecnología militar se apropia más tarde para usos domésticos, en especial por los medios: según sostiene, “la industria del entretenimiento es, en cualquier sentido de la palabra, un abuso de equipamiento militar”. Pero con la invasión a Panamá y el “ataque sonoro” sobre Noriega, vemos exactamente lo contrario: el ejército utiliza los productos de la industria del entretenimiento como armas. “Maximizando todas las posibilidades electroacústicas, las canciones de rock cantan sobre el poder de los medios que las sostienen”, y demuestran cómo la cultura estadounidense misma puede convertirse en arma y apuntarse a oídos enemigos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Alemania promovió y promocionó su guerra reproduciendo por altoparlantes a todo volumen los sonidos de los tanques y las tropas marchando. Pero los tiempos han cambiado, y también las tácticas bélicas. Gracias a Hollywood, los sonidos de los tanques ya no son intimidatorios¿pero lo son los sonidos de la cultura musical estadounidense? En este sentido, como se pregunta Suzanne G. Cusick, ¿qué dice de la cultura estadounidense y de la agenda imperialista de Estados Unidos, que su propia música sea utilizada como arma, como herramienta de tortura? Reflexionando sobre la misma cuestión, Garret Keizer se pregunta, “¿cuando un país se apropia de su forma de arte más popular para ponerla al servicio de la tortura de enemigos, no esta admitiendo repulsión hacia su propia cultura?” La CIA entrenó dictadores ilegales latinoamericanos en la década de 1970 en el uso de la música como herramienta de tortura. Sin embargo, al impartirse las instrucciones, era la elección del ejecutor qué música tocar para torturar al enemigo. Lo significativo de este caso de los ataques sonoros estadounidenses es “el uso de los propios artefactos culturales del torturador para infligir dolor”. Este dolor tenía como objetivo disolver la subjetividad de la víctima, y con tal intensidad que podía causar una grave descorporeización de la identidad. Habría que preguntarse si esta eliminación de la identidad ha sido exitosa: ¿han perdido la suya los panameños?
En Drinking Song, las cervezas panameñas se utilizan para tocar el Himno de Estados Unidos. ¿Tiene éxito el sonido, que posee el poder de destruir cuerpos sin tocarnos, sobre el imaginario panameño? La forma en la que percibimos las imágenes de las cervezas panameñas se ve afectada por los sonidos del himno estadounidense. Mientras percibimos que las botellas son las que organizan los sucesivos sonidos de la melodía, es la melodía la que organiza la presentación de cerveza y la continuidad de las imágenes. Como sostiene Chion, como espectadores tendemos a percibir los sonidos visualmente; no obstante, es el sonido el que organiza la pista de imágenes. En esta paradoja podemos encontrar un eco de la paradoja de la identidad panameña: mientras percibimos que las botellas (Panamá) son las encargadas de la organización del video, es la melodía (Estados Unidos) la que las une. Los sonidos son impuestos de la misma manera que se impuso el rock ‘n’ roll sobre Noriega. ¿Ha podido nuevamente castrar a Panamá la poderosa cultura estadounidense?
No obstante, mientras vemos la necesidad de Estados Unidos de utilizar tecnología de avanzada para imponer su cultura, los panameños contraatacan con botellas y latas de cerveza, como lo demuestra Drinking Song. Es la manera de Panamá de revelarse nuevamente contra la colonización imperialista. Mientras que para el hombre blanco, la técnica de reproducir sonido le dio poder sobre ámbitos de vida más primitivos, aquí ocurre lo opuesto: los panameños han aprendido a utilizar los productos de sus dominadores como herramientas contra ellos. Dado que la historia ya no se encuentra monopolizada por la perspectiva occidental, la idea de que Panamá representa una forma de vida primitiva colapsa. En Drinking Song, se detiene, se revisa, se recicla y se devuelve la relación entre estas dos culturas, en donde el hombre blanco se encontraba en la cima.
La música y las imágenes tienen un lugar importante en la relación entre Panamá y Estados Unidos, y el video Drinking Song utiliza música e imágenes con una potencia especial para comentar sobre esa relación. El video da a entender el oscuro legado del colonialismo y el poder estadounidense en Panamá, pero va más allá y muestra que la relación de Panamá con su padrastro de facto es más que puro resentimiento. Como admite Conlon, “el Himno Nacional de Estados Unidos tocado sobre botellas de cerveza panameña crea un trasfondo de Estados Unidos ‘jugando con (playing with)’ Panamá,” pero también nos recuerda que, al mismo tiempo, “Panamá intenta ‘sonar como’ (copiar a) Estados Unidos”. Drinking Song es por lo tanto una obra de arte que celebra y denuncia el colonialismo estadounidense, y a través de la cual Conlon y Harker revelan la profunda ambivalencia en el corazón de Panamá. Aunque muchos panameños se sienten resentidos con Estado Unidos por su mano dura en la historia del país, Estados Unidos es también un símbolo de sus aspiraciones, de su oportunidad ascender desde las naciones de menor rango del mundo. Pero mientras Panamá se prepara para un futuro esperanzador, en un mundo en donde el dominio occidental se desvanece, deberá resolver cómo se siente con respecto a su pasado.
Como comenta Sterne, “el sonido siempre se ve mediado por recursos tecnológicos, psicológicos, o socioculturales,” un pensamiento que no escapó las mentes de los artistas al crear este video. En una cultura que reconstruye su pasado remodelando su presente, el sonido estadounidense que viene de las cervezas panameñas resuena con mayor intensidad aún, tan fuerte como vasto es el mismo imperio cultural estadounidense. Las cervezas panameñas participan creando otra interpretación del Himno Nacional de Estados Unidos, la misma canción que escuchamos en películas, y antes de que se jueguen deportes internacionales; escuchamos otra copia del sonido estadounidense, esta vez ejecutada por Panamá. No es la melodía estadounidense, sino lo que queda de ella y su interpretación panameña, exponiendo cómo la incorporaron a su cultura. Aunque aquí, The Star-Spangled Banner es símbolo de la destrucción original de la masculinidad panameña, al ser tocada por botellas de cerveza panameña, también se convierte en “una fuente de las emergentes formas sociales, políticas, y económicas de una sociedad radicalmente diferente”. Conlon y Harker presentan una Panamá que imita el estilo de vida estadounidense y que se niega a quedarse sin poder y aislada, un producto de producción en masa como una botella de cerveza. Cuando los artistas hacen caer la pirámide al final del video, rechazan el modelo.
Donna Conlon y Jonathan Harker exponen la construcción de una nueva identidad cultural panameña definida en términos sociopolíticos y cinematográficos, visto desde dentro y no desde occidente. Drinking Song expone las tensiones que enfrentan los panameños en su identidad, que se encuentra en el umbral entre dos culturas. La tierra de nadie en donde la mayoría de los panameños se encuentra, está ubicada justo en el límite entre el imaginario panameño y los sonidos estadounidenses. Se encuentran perfectamente ubicados para cuestionar la ambivalencia encontrada en la castración política y alteridad que soportan. Como en las películas, la banda sonora sólo oculta el sonido del proyector, no lo borra, y el ruido del proyector “amenaza constantemente con reaparecer, ya sea literalmente o de forma encubierta,” amenazando a la música que pelea por su lugar. Mientras la música del asedio estadounidense intentó ocultar los auténticos sonidos de Panamá, el sonido de los panameños reapareció. A medida que se desvanece la monopolizadora perspectiva occidental, los panameños experimentan el proceso de consolidación democrática de América Central, en donde el sistema político está incorporando a las ex guerrillas como sólidos partidos políticos. En la búsqueda de su propia identidad, los panameños tocan las melodías que han aprendido. No obstante, se trata de su propia interpretación, y con una nueva nación en mente. Los panameños poseen su propia cultura y son económicamente independientes. Donna Conlon y Jonathan Harker nos presentan al panameño contemporáneo, que busca un futuro con el sentido del humor único de los que aceptan sus propios defectos.





Link video: http://www.donnaconlon.com/?p=1031

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Carmen Ferreyra, (Buenos Aires, 1976). Ferreyra se encuentra actualmente cursando su maestría en Crítica y Curaduría de Arte Moderno en la Universidad de Columbia, Nueva York. Es editora de Interventions, journal curatorial de la Universidad de Columbia, y ha organizado Homeland Security: Borders and the Global Contemporary, simposio que exploró el arte contemporáneo y la globalización. Ferreyra fue investigadora invitada del Centro de Estudios del Museu d’Art Contemporani de Barcelona (MACBA) durante el verano del 2012; ha conducido investigación para el Whitney Museum of American Art y El Museo del Barrio, y ha colaborado con la Colección Patricia Phelps de Cisneros en Nueva York. Se desempeña como gerente de Pinta Art Show en Nueva York y Londres, y ha curado muestras independientes en Nueva York, Miami y Buenos Aires.

 


 
     
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