Sobre Pío Collivadino en el MNBA
por Mariano Soto
 

La hora del almuerzo, 1903 Óleo sobre tela, 160,5 x 252 cm. Museo Nacional de Bellas


Artes

   
 

Ver el árbol sin ver el bosque denota cortedad, pero quedarse con la imagen del conjunto sin lograr ver lo particular es otra forma de insuficiencia. Y esto es algo que se repite una y otra vez cuando se analiza, no ya la historia de la humanidad con mayúsculas, sino también su propia historiografía tradicional. De hecho, alguien puso a los que están ahí, así como, en operación inversa, soslayó a los que no daban la talla, según el mismo criterio.
El tema es que, tal vez, no haya ni buenos ni malos, ni maquiavélicos ni ingenuos, ni cortos ni visionarios. Sólo un mapa de realidad vasta, plural y de capas superpuestas; dominado por el “ojo de la época” baxandalliano. Vemos lo que aprendimos a ver. Vemos lo que estamos condicionados para ver, y así cada pieza encajará fácilmente en el casillero asignado de antemano.
De este modo reduccionista, una obra potente y hermosa, tan sustancialmente artística como la del pintor argentino Pío Collivadino, quedó relegada o, al menos, no dimensionada, durante el proceso de desarrollo y construcción teórica y práctica del arte moderno, el que, compulsivamente autoafirmativo, corrió hacia adelante, afanoso por superar lo precedente. Podemos sentarnos a imaginar la cara de desconcierto si éste viera hoy el abismo que lo aguardaba o, para sonar menos románticos, el no-tiempo en el que todo desembocó.
También habrán mediado pulsiones acomodaticias, búsquedas prosaicas y coyunturas fértiles en ese proceso, tanto en centro como en periferia. Se sabe: los argentinos lo calcamos todo, pero ponemos especial énfasis en lo negativo.
No obstante, sin caer en la tentación de creer mejor nuestro momento histórico y, por ende, nuestras cabezas, se puede reconocer que una estimulante política de la historiografía contemporánea del arte, es la de poner el ojo y bucear en aquellos cuerpos de obra o artistas (o incluso movimientos enteros) que el relato moderno hegemónico había soslayado, o, al menos en el caso de Collivadino, dejado en segundo plano.
Hoy, su obra nos resulta profunda y atractiva. Asomarse a ella a través de la muestra temporaria del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), resulta una experiencia principalmente estética; una batería de búsquedas estilísticas y de lenguajes formales, de juegos matéricos, lumínicos, sensoriales ynarrativos, que nos toma por asalto.
Hay, sin embargo, algunos puntos débiles desde lo museográfico. La entrada a la muestra es poco atrayente, y no preanuncia la calidad de lo que vendrá. Donde hay foto grande del artista, no hay nombre. Donde están el nombre y el título, éstos son mínimos, les falta escala, la escala simbólica que correspondería a semejante pintor. Otra falla es no indicar mediante ningún medio que la muestra cuenta con tres tipos de obra, organizadas conceptual y espacialmente: la de su primera etapa, en Italia y Montevideo (con joyas como la copia de los frescos de la iglesia de San Lorenzo, que realizó en Roma como un ejercicio de estudios), la del colectivo Nexus del cual formaba parte (descollan dos preciosidades de Alberto Rossi) y, finalmente, su propia producción individual desde 1910 hasta 1930. El paso de unas a otras es inadvertido si no se leen (y luego interpretan) los epígrafes. Estos aportes externos, por tanto, resultan poco explotados, y el guión museográfico se desdibuja.
No obstante esto, la puesta es buena y efectiva. Y recrea el contexto histórico de la obra en la medida justa, porque coadyuva a que nos figuremos un marco general, sin que éste llegue a eclipsar ni un poco a la obra, que queda en primer lugar.
Es claro que el abordaje curatorial va mayormente por el lado hermenéutico del arte: lo estético, lo sensorial, lo perceptivo, son los pilares de la exhibición y eso es un acierto grande, porque la obra de este artista genera un impacto tal que supera toda carga historicista y toda anécdota que pueda atribuírsele. La selección de las obras también es coherente con esta línea: equilibra texturas, formatos, colores y temas, en consonancia con su riqueza misma. Modernidad pura, lo pictórico se devora al tema.
Luego, en una segunda mirada, claro que también resulta interesante dar con la narrativa. Entonces reconstruiremos la magnífica arquitectura pública e industrial que paría la ciudad en aquellos años aspirantes al progreso lineal e indefinido; nos asomaremos al contraste de los caseríos populares de quienes levantaban a puro lomo aquellas moles positivistas, pragmáticas obras civiles concebidas según la ecuación novecentista de belleza más funcionalidad. Y también daremos entidad a los actores mismos, porque inmigrantes de a pie y trabajadores urbanos son aquí leit motiv, en otro gesto que enrola claramente a Collivadino con el arte más inquieto de su época  y de su hemisferio. Laocoonte es un obrero romagnolo de La Boca, ahora. La tragedia moderna a todas luces. O, quizás, el obrero romagnolo es un medio para mostrar cómo juegan la niebla y el humo fabril con el cielo lila de una tarde de Barracas.
En realidad, ¿podríamos escindir tan claramente uno de la otra? ¿Anécdota y ejercicio plástico? ¿Búsqueda estética y homenaje social? Seguro que no; todos los elementos resultan fundantes.

En otro orden, un dato que aporta plusvalía al todo, es el de que esta muestra nace de un largo y arduo trabajo de investigación y puesta en valor, tanto de la obra como de la figura del artista. La curadora, Laura Malosetti Costa, con todo un equipo que la ha sabido acompañar, viene trabajando hace años en una lectura a contrapelo de Collivadino y su lugar en la historia del arte argentino, quien lo había colocado en la galería de los herrumbrados bronces académicos, en detrimento de su potencia como artista. El proyecto de investigación tomó formato de exhibición hacia 2004, cuando Malosetti lo presentó por primera vez a Alberto Bellucci, por entonces director/interventor del MNBA. En 2006 el trabajo se corporizó en un libro, Collivadino. Y el proyecto de muestra pareció languidecer hasta que, en 2010, y con el entonces director Guillermo Alonso, se pensó en realizarlo en el marco del Bicentenario.
Finalmente,la muestra vio la luz tres años después. Tarde pero seguro, es posible asomarse ahora a la obra de nuestro destacado chico Nexus en el Pabellón de exhibiciones temporarias del MNBA, con colección propia del Bellas Artes pero también del Museo Sívori, de privados y del mismo Museo Pío Collivadino, dependiente de la Universidad de Lomas de Zamora, que atraviesa un serio conflicto institucional y patrimonial.
Finalmente, aquello del progreso lineal era pura pintura.





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La muestra Collivadino, Buenos Aires en construcción, puede verse hasta el 15 de septiembre de 2013 en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), Pabellón de exposiciones temporarias, de martes a viernes 12.30 a 20.30. Sábado y Domingo 9.30 a 20.30. Entrada libre y gratuita.

 

Casa de la calle Chile, 1886
Óleo sobre cartón, 16 x 22,2 cm Museo Pío Collivadino


cm.
   
 
     
  SUMARIO  
Año 3 - Numero 31
Tapa
Editorial + Staff
Las Brandon travestidas
Entrevista a Lisa Kerner, Jorgelina De Simone y Violeta Uman
por M.S.Dansey
     
Producción fotográfica
por Pato Rivero
     
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Teatro como en el teatro
Sobre Desencanto de Rosa Chancho
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