Arte latinoamericano en el Musac
por Andrés Isaac Santana
 
       
 

Al revisar un par de textos publicados recientemente a propósito de un grupo de muestras que toman la producción latinoamericana como pretexto de especulación, observamos los dislates continuos y el carnaval de impropiedades en el que se divierte la crítica española en su afán de reducir (o sería mejor decir “comprender”) la cultura del otro. Uno de los síntomas más relevantes que deviene en patología es la recurrencia a lugares comunes tales como: la exacerbación del papel social del arte en este contexto o el compromiso del artista en el perímetro latinoamericano, como si ello fuera una rasgo exclusivo de este práctica o un sello de identidad de la misma y no una obligación de todo el arte contemporáneo en tanto sistema cultural de producción de sentido. Enfoques de este tipo, aunque sea desde la benevolencia dadora de prestigio y de resonancia cultural al texto latinoamericano, recaen en miradas reduccionistas y afirman modelos de comprensión que se basan en la diferencia como premisa y por tanto en rasgos que continúan dibujando el rizoma del exotismo como condición.

En medio de este desequilibrio, propenso al desatino de las pasiones y posiciones curatoriales contrapuestas, uno de los mayores aciertos que advierto en la muestra, igualmente instalada en el MUSAC de León, Modelos para armar, es la de concebir una plataforma narrativo-conceptual que permite exponer un amplísimo grupo de obras de la colección MUSAC sin dar paso a la sucesión mediocre de lo diferente o desigual como rasero de legitimidad o prestigio. Las obras aquí reunidas, en su mayoría espléndidas en su propia hechura y vocación poliédrico-semántica, no sólo visualizan/problematizan asuntos contextuales sino que traspasan sus propios ámbitos de producción y enclaves axiológicos para articular elocuentes metáforas y senderos comunicativos con los problemas más acuciantes de la cultura contemporánea. Así lo advierten los comisarios de la muestra (María Inés Rodríguez, Octavio Zaya y Agustín Pérez Rubio) cuando aclaran en nota introductoria que “la exposición reúne discursos y posicionamientos personales y filosóficos, urbanos y políticos, literarios y artísticos que interactúan con todas y cada una de las corrientes que animan y preocupan al arte contemporáneo que se desarrolla en cualquier lugar del planeta. Estas obras reflejan una intencionalidad crítica sobre la sociedad y su relación con otros contextos. En este sentido, la exposición se proyecta como una suerte de ars combinatoria infinita que no hace referencia en exclusiva al entorno geográfico-cultural latinoamericano, sino que posibilita y favorece lecturas diferentes y contrastadas, tramas inciertas y pistas ambiguas, con interrogantes sin solución, como en un laberinto sin desenlace”. Cierto es que en el recorrido propuesto, a partir de once momentos-espacios que responden a los enunciados mismos de las obras y su vectorización temático-conceptual, no siempre queda del todo resuelta esa vocación trasversal señalada por los comisarios y hasta cierto punto, en ocasiones, se roza un tanto el estereotipo al uso, no ya por las obras sino por el discurso en torno a éstas. Sin embargo, el resultado último y puesta en escena es una gran exposición que permite, sino arribar a conclusiones autoritarias y ortodoxas que asfixien el propio carácter emancipador de esta práctica, si al menos, ayuda a trazar nuevos trayectos narrativos y retóricos para la comprensión del actual arte latinoamericano y de todo ese diapasón de preocupaciones antropológicas, políticas y culturales que le asisten y estimulan de manera constante.
El Proyecto Vitrinas, por ejemplo, en esta ocasión a manos del extraordinario artista venezolano Alexander Apóstol, bajo el sugestivo título Modernidad tropical o cómo lograr que el lobo feroz no destruya la casa de papel, es una auténtica maniobra de desmontaje, vaciamiento y crítica de los remantes de los paradigmas de modernidad y su puesta en crisis en el ámbito latinoamericano. Esta nueva propuesta de Apóstol continúa en su acerada línea de investigación acerca de las relaciones de poder y sus efectos directos en los mecanismos de ciframiento de sentido a través del paisaje urbano y arquitectónico estableciendo modelos encorsetados de construir, producir y habitar la ciudad y sus recodos. La distopía, la chabolización de la ciudad, el carnaval del desastre que toda ideología trasportada supone en su aplicación a un contexto ajeno al suyo, la teatralidad de toda construcción identitaria (ver la magnífica exposición –en particular el vídeo- en la madrileña galería Distrito4 Ensayando la postura nacional) y la indigencia de lo tópico, son algunas de las ideas que abraza esta nueva propuesta suya y que sirven, al cabo, para una mayor y más legítima comprensión de la(s) realidade(s) latinoamericana(s). El proyecto se acompaña de un excelente e impecable libro-catálogo, Modernidad Tropical, diseñado por Michel Mallard Studio y bajo la dirección de María Inés Rodríguez, que incluye textos ágiles e inteligentes bajo las firmas de Julieta González, Cuauhtémoc Medina y Juan Herrero. Entre las tres miradas y sus cruces epistemológicos y analíticos, se favorece un lúcido recorrido por toda la obra de este artista multidisciplinar que nunca abandona la idea de la obra de arte como principio activo de crítica cultural y desmontaje de procesos sociales presos del antagonismo y la paradoja. Este es el primer volumen de una colección de libros de artistas y arquitectos que pretende llevar a cabo la institución si los embates de la actual crisis económica así lo permiten.
En este sentido, creo que una interesante opción museográfica dentro del actual programa de exhibición del MUSAC, en tanto ejercicio de especulación más que de propuesta cerrada sobre sí misma, es la muestra Para ser construidos, ubicada en el área del Laboratorio 987. Toda ella es una maniobra de pensamiento que, en palabras de su comisario Agustín Pérez Rubio, “pretende utilizar la doble vertiente conceptual y lingüística del término “construcción” (yo diría condición ambigua y paradojal) para ejemplificar, por un lado, una relación con lo urbano y, por otro, condiciones identitarias”. Lo cierto es que los artistas aquí reunidos (Marcelo Cidade, Marcius Galan, André Komatsu, Nicolás Robbio y Carlas Zaccagnini), consiguen corroborar y sustentar mediante el concurso de obras inteligentes que hablan de procesos no concluidos y que aluden al ámbito arquitectónico y urbano y sus relaciones paradojales, esa hipótesis del comisario que apunta al perenne estado de construcción no acabado (y por tanto de laboratorio neurótico y esquizofrénico) sobre el que se instala un panorama cultural que constantemente se interroga sobre su propia identidad y destino, sobre sus búsquedas y hallazgos, tomando el pasado como referente e interrogando un presente que para muchos traza un horizonte incierto. La idea de que esta muestra se instalase en el área del Laboratorio 987 de este edificio espectacular obra de los arquitectos Luis Moreno Mansilla y Emilio Tuñón, no sé si respondió al azar o sencillamente se quiso aprovechar (desearía pensarlo) la propia condición semántica del espacio., es decir ámbito de prueba, ensayo, proceso, investigación. De ser así, obviamente supone otra acierto, una vez que su tesis curatorial se corrobora en el diálogo directo con esa arista de una realidad donde la especulación continua pasa por el tamiz de un laboratorio de digresiones, afirmaciones, préstamos e irreverencias políticas que han costado mucho a la hora de fraguar un diseño de nacionalidad o de identidad con unos resortes más o menos estables. La propia obra de Alexander Apóstol en el vestíbulo del museo, sirve de contrapunto a las piezas aquí reunidas y hasta entra en diálogo con ellas desde esa crítica que alude a la construcción espontánea y anárquica de las ciudades a través de la injerencia del deseo, la necesidad y el concierto hormonal de los poderes esquizofrénicos y canibalistas. Aunque los artistas reunidos provienen todos del panorama artístico brasileño, esta muestra no pretende, tal y como advierte su comisario, convertirse en una cartografía que orqueste un modelo de comprensión del arte contemporáneo en Brasil. Todo lo más, busca abrir perspectivas de comprensión y ensayar otras maneras de ver el arte del área sobre la base de aproximaciones que afectan conceptos tales como la política cultural, la construcción paranoica de la identidad y el estado permanente de rejuegos especulares de espacios culturales que se articulan a imagen y semejanza de otros. De hecho, el comisario maneja el término “artistas-propositores” para afirmar la idea de que se trata de un ejercicio de especulación socio-estética que se mueve entre la construcción propiamente dicha y la noción de proyecto no acabado. Las morfologías expuestas y ensayadas no hacen sino corroborar la tesis del comisario y otorgar pertinencia al discurso museográfico. De tal suerte todo queda manifestado en términos de proceso donde la coyuntural y el azar juegan sus cartas.
El alcance mayor, o pretendido en este caso, es establecer unas conexiones bastante directas entre la práctica del arte y su entramado social. De ahí que el comisario parta, no exactamente a modo de cita pero sí de premisa de articulación conceptual, de los textos y cartas del artista brasilero Hélio Oiticica (Rio de Janeiro 1937-1980). Como se sabe este gurú del arte buscó siempre radicalizar no solo su práctica sino sus posiciones y consideraciones acerca del arte con el ánimo de establecer un mayor vínculo entre texto cultural y debate político. Por esta vía procuró nexos que sorteaban los estancos estandarizados de alta y baja cultura, como de arte culto y arte popular en una búsqueda que no cesó jamás por hallar una modelo congruente de diálogo entre varios frentes de la producción visual y de sentido latinoamericana.
Creo que en esta línea la actual propuesta del MUSAC ha conseguido sus objetivos: exhibir los fondos de una colección pujante y cada vez más rica que no se resiste a las fronteras locales, abrir nuevas vías de comprensión para realidades culturales que operan bajo otros signos muy distintos a los que reconoce el modelo hegemónico y establecer vínculos entre una producción particular y sus resonancia globales sin recortar el alcance de un discurso latinoamericano que es, antes que nada, global y universal.

“Modelos para armar. Pensar Latinoamérica desde la Colección MUSAC” (hasta el 9/1/11)

“Para ser construidos” y Alexander Apóstol: “Modernidad Tropical o cómo lograr que el lobo feroz no destruya la casa de papel” (hasta el 12/10/10)en el MUSAC de León, España.



Andrés Isaac Santana (Matanzas, Cuba, 1973)
Crítico, ensayista y curador. Graduado en Historia del Arte por la Universidad de La Habana. Reside en Madrid. Autor de libros como “Imágenes del desvío: la voz homoerótica en el arte cubano contemporáneo”. Curador de varias exposiciones en Cuba y en el extranjero, la más reciente ”Alta tensión” (Galería Fernando Pradilla). Colaborador de ABC D, Suplemento Cultural de Artes y Letras del Diario ABC, España. Corresponsal de ArtNexus y de las publicaciones cubanas Unión, La Gaceta de Cuba y ArteCubano. Miembro del consejo editorial de la prestigiosa revista Tercer Texto.

 
Pensar Latinoamérica desde la colección MUSAC
 
Modelos para armar
 
MUSAC, hasta el 09\01\2011
 
Proceso y azar, Para ser construidos
 
Para ser construidos
 
Curaduría de Pérez Rubio
 
Alexander Apóstol, Modernidad Tropical
 
Apóstol
 
     
 
     
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